Esta es una
de las historias más célebres que se refieren a la muerte y es de origen persa.
Fariduddin Attar la cuenta así.
Una mañana, el califa de una gran ciudad
vio llegar corriendo a su primer visir en un estado de gran agitación. Le
preguntó las razones de esta aparente inquietud y el visir le dijo:
-
Te lo suplico, déjame abandonar la ciudad hoy mismo.
-
¿Por qué?
-
Esta mañana, al cruzar la plaza cuando venía al palacio,
alguien me rozó en el hombro. Me volví y vi
a la muerte que me miraba fijamente.
-
¿La muerte?
-
Sí, la muerte. La he reconocido muy bien, completamente
vestida de negro con una bufanda roja. Estaba allí y me miraba para asustarme.
Porque me busca, estoy seguro. Permíteme abandonar la ciudad en este mismo
instante. Cogeré mi mejor caballo y llegaré esta noche a Samarkanda.
-
¿De verdad era la muerte? ¿Estás seguro?
-
Completamente seguro. La he visto como te veo ahora a ti.
Estoy seguro de que tú eres tú y de que se trataba de ella. Déjame partir, te
lo ruego.
El Califa, que sentía
aprecio por su visir, le dejó marchar. Aquel hombre, volvió a su casa, ensilló
el mejor de sus caballos y cruzó al galope una de las puertas de la ciudad en
dirección a Samarkanda.
Un momento más tarde,
el califa, a quien un pensamiento secreto no dejaba de atormentar, decidió
disfrazarse, tal y como hacía algunas veces, y salir de su palacio.
Completamente solo llegó a la plaza mayor en medio de los ruidos del mercado,
buscó a la muerte y la reconoció. El visir no se había equivocado. Se trataba
de la muerte, alta y delgada, vestida de negro, la cara medio disimulada con
una bufanda roja de algodón. Iba de un grupo a otro en el mercado rozando con el dedo el hombro de un hombre que
preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, o evitando
a un niño que corría hacia ella.
El califa se dirigió a la muerte. Ésta
le reconoció inmediatamente a pesar de su disfraz y se inclinó en señal de
respeto.
-
Tengo una pregunta que hacerte, le dijo el califa en voz
baja.
-
Te escucho.
-
Mi primer visir es un hombre todavía joven, lleno de
salud, eficaz y probablemente honesto. ¿Por qué esta mañana, mientras venía al
palacio, le has rozado y asustado? ¿Por qué le has mirado de manera amenazante?
La muerte pareció
ligeramente sorprendida y respondió al califa:
-
Yo no quería asustarle. No le he mirado de manera
amenazante. Simplemente, cuando nos hemos rozado por casualidad entre la
multitud, al reconocerle, no pude esconder mi sorpresa y él debió tomarlo como
una amenaza.
-
¿Por qué te sorprendes
entonces? Preguntó el califa.
-
Porque, respondió la muerte, yo no esperaba verle aquí.
Tengo cita con él esta noche en Samarkanda.
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