martes, 13 de diciembre de 2011

Sherezade

            Hace muchos, muchos años, en un país muy, muy lejano, vivía un gran Sultán en un rico palacio. Todos los súbditos de su reino le apreciaban y querían porque era un hombre justo, honrado y bueno.
            A palacio llegó un día una princesa venida de tierras lejanas. Su belleza y su inteligencia eran tales que el sultán se enamoró de inmediato y decidió casarse con ella.
            Se celebró una boda por todo lo alto: la música más alegre, los más deliciosos manjares, las joyas más valiosas, los trajes de sedas preciosas… y los fuegos artificiales iluminaron el cielo con un brillo y una luz como nunca nadie pudo imaginar.
            El Sultán era feliz con su esposa pero sucedió que un día llegó a palacio un mercader de sedas quien, al ver a la princesa, se enamoró de ella. Día tras día le declaraba su amor hasta que consiguió que la princesa también se enamorara de él y, juntos, idearon huir del palacio.
            Aprovechando la oscuridad de la noche y que todo el mundo dormía, la princesa abandonó al Sultán dejándole sumido en un profundo dolor, una rabia incontenible y una insaciable sed de venganza. El mismo día de la huída, el Sultán juró que ninguna mujer de esta tierra volvería a engañarle y que todas las esposas que tuviera morirían tras la noche de bodas, al amanecer. De ese modo, ninguna tendría tiempo de engañarle.
            Y el Sultán cumplió su promesa. Se casó con una joven de sur reino, bella y virtuosa. Se celebró una fiesta con la música más alegre, los más deliciosos manjares, las joyas más valiosas, los trajes de sedas preciosas… y los fuegos artificiales más brillantes que nunca nadie imaginó. Y tras la noche de bodas, antes de que el sol asomara por el horizonte, los soldados del Sultán llamaron a la puerta de los aposentos reales para buscar a la nueva esposa y llevársela a una muerte segura.
            Y la historia se repetía una y otra vez: otra joven bella e inocente, otra boda, otra ceremonia y nuevos manjares, música, vestidos y brocados y hasta fuegos artificiales, pero nadie disfrutaba con la fiesta, pues todos conocían el trágico final.
            Es Visir del reino, impotente ante la actitud del Sultán, trató de hacerle desistir de aquella locura, pero era tal su odio que nada ni nadie lograron convencerle. Entristecido, el Visir lloraba por las noches ante sus dos hijas, preguntándose qué podría hacer para que aquel horror terminara.
            Una mañana, la hija mayor del Visir comunicó a su padre que ella sería la próxima esposa del Sultán. Fueron nulos los intentos del Visir para convencer a su hija de que abandonara esa idea loca que la llevaría con toda seguridad a la muerte. Y así fue como Sherezade, que así se llamaba la joven, se casó con el Sultán, celebró la boda con música, manjares y fuegos artificiales y pasó su noche de bodas. Como faltaba un poco de tiempo antes de que amaneciera y llegaran los soldados, Sherezade pidió al Sultán un favor:
-    Mi Señor, es mi última noche con vida. Todas las noches acostumbro a contar un cuento a mi hermana pequeña antes de dormir. ¿Me permitiríais llamarla para que escuche el último de mis cuentos?
            El Sultán, recordando los tiempos en que había sido bueno y compasivo, aceptó y mandó llamar a la hermanita de Sherezade. La joven esposa empezó a contar una historia fantástica, llena de emoción, aventuras, misterio… Era un relato tan emocionante que el Sultán estaba absolutamente interesado en el desenlace. Pero justo cuando estaba a punto de llegar el final de tan apasionante historia, los soldados llamaron a la puerta para llevarse a Sherezade. El Sultán pidió a su mujer que terminara el cuento pero ella dijo que  debía correr la misma suerte que las demás esposas. El Sultán insistió y Sherezade dijo:
-    Mi Señor, si me concedéis una noche más, terminaré gustosa mi historia.
            El Sultán aceptó y fue así como la noche siguiente la joven esposa terminó su apasionante relato dejando al Sultán fascinado. Aún era pronto para que los soldados vinieran a buscar a Sherezade y su hermanita le pidió que contara otra historia mientras esperaban la llegada del amanecer. Empezó otra apasionante aventura, llena de personajes fantásticos, lugares remotos, hechos sorprendentes… y justo en el clímax, cuando el desenlace estaba a punto de llegar, los soldados llamaron a la puerta. El Sultán rogó que terminara su historia y Sherezade volvió a pedir una noche más. Fue así como, noche tras noche se repetía la misma situación: el final de una historia, el comienzo de otra y la concesión de una nueva noche para empezar de nuevo.
            Una noche, justo antes del amanecer, llamaron a la puerta, pero no con la fuerza con la que solían hacerlo los soldados, sino suavemente, con la delicadeza de una mariposa. Habían pasado Mil y Una Noches desde que se celebrara la boda, Mil y Una Noches en las que se contaron Mil y Una Historias. Quien llamaba a la puerta era la hijita del Sultán y de Sherezade que quería escuchar también las historias de su madre. En ese instante el Sultán se dio cuenta de que su rabia  había desaparecido, de que su sed de venganza se había convertido en amor y sintió que su corazón estaba lleno de paz. A partir de ese momento, Sherezade no tuvo que contar más historias para salvar su vida porque el corazón de su esposo se había transformado y en el reino del Sultán volvió a reinar por siempre la paz.

Anónimo